Yo no confío ni en mi madre...
Vivimos en un mundo desalmado presidido por la sumisión del débil al fuerte, podrido por el maldito dinero y en el que las buenas intenciones son percibidas como lobos con piel de cordero. Pero sorprendentemente, hay espacios en los que confiamos ciegamente en gente con la que no nos hemos comunicado anteriormente; ni tan solo hemos cruzado sola una palabra… y con los que nos aliamos sin pensarlo por el bien común y para conseguir el mismo objetivo. Esa es la magia del deporte.
En los triatlones que se permite el drafting (ir a rueda) puedo ir todo el camino pedaleando a 30 Km/h (mis piernas no suelen dar para mucho más) y llegar fundido al tramo de carrera a pie o aliarme con un pelotón que me llevará en volandas a 40km/h (un 33% más de rendimiento y con un cansancio menor… ¡a eso llamo yo eficiencia!). Pero el peaje que tienes que pagar es confiar a ciegas en el ciclista que tienes delante, rodar a unos escasos centímetros de su rueda y olvidarte del resto… esa rueda es tu guía. Y si se da el caso, dar relevo y ponerte delante del pelotón y tirar como un poseso para volver al cabo de un par o tres de minutos a fundirte con la serpiente de ruedas…
Y yo me hago la siguiente pregunta: si ponemos nuestra integridad física en manos de un desconocido que va en bicicleta, y presuponemos que es de confianza y que nos ayudará a conseguir nuestro objetivo, ¿porqué en nuestros puestos de trabajo confiamos tan poco en nuestros equipos, en nuestra gente, cuyo objetivo es el mismo que el nuestro: sacar adelante la empresa? ¿Tan difícil es rodar con ellos, dejarles que tomen a veces la iniciativa y que nos den un respiro y aporten aire fresco? ¿O lo mejor es eso, no fiarnos ni de nuestra madre?
photo credit: jandercito via photopin cc
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