¿Te retiras o te retiran?
Los adioses son realmente complicados. Sobre todo cuando dependen de uno y decides de forma planificada cuándo poner punto y final. Jugar es realmente tan excitante, apasionante y bonito que no tiene sustituto. Esa explosiva combinación entre acontecimiento que se protagoniza en directo con un alto grado de incertidumbre hace que hablemos de sensaciones inexplicables y, hasta cierto punto, adictivas. El niño que hay en ti siempre quiere más, hasta que se te desarmen literalmente brazos y piernas. Pero tu cabeza, en ocasiones, sabe decir basta.
Yo decidí que dejaría el fútbol el día que no pudiera competir en igualdad de condiciones con mis rivales. Con 33 años lo pasé realmente mal. Los extremos de 19 y 20 años eran demasiado explosivos y rápidos para mí. Sufría un montón para contenerlos. La máquina ya no daba para más. El último año fue deportivamente horroroso: estuvimos todas las jornadas en el pozo y finalmente bajamos a tercera regional. Cambiamos de entrenador para intentar dar un golpe de timón que nos acercara a la salvación pero, cuando parecía que lo íbamos a conseguir, vino el desastre. Se destapó que el nuevo míster nos robaba dinero mientras los jugadores dábamos las vueltas de calentamiento en los entrenamientos. Creo que fue la puntilla que nos desarmó anímicamente. Vino un tercer entrenador, un excompañero de equipo que hizo todo lo que pudo pero que iba ultraperdido… Hacía meses que había decidido que en mayo iba a dejarlo. Y aunque la fruta que me esperaba al final del camino era extremadamente amarga, ya no había marcha atrás.
A todo el mundo le encantaría despedirse como Iniesta o Xavi, levantando trofeos y con todos los honores. Juan Carlos Navarro debería tener en cuenta que el final no ensombrece a la leyenda, por mucho que el niño que lleva dentro quiera seguir jugando un año más…
¿Sabes decir basta? ¿O alargas el final hasta que lo deciden otros?
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