¿Te ahogas a contracorriente?
La primera vez que me puse a nadar en una piscina, tras casi 20 años de secano -menos los chapuzones típicos veraniegos- me di cuenta de lo que costaba… Tenía previsto hacer 400 metros para preparar mi primer triatlón supersprint, pero la ignorancia a veces es muy, muy peligrosa… Mi mujer y mi hija aún se ríen cuando se acuerdan de la escenita. Las llevé de claca y acabaron casi de equipo de primeros auxilios. Mi travesía duró unos 40 metros; ni dos largos. Las piernas las llevaba caídas, la brazada descoordinada, me faltaba aire por todos lados. Si en vez de en una cristalina y calmada piscina llega a ser un río a contracorriente, directamente no lo cuento…
A contracorriente todo es más duro, más pesado, más complicado, más doloroso… Pero los que nadan a contracorriente son los que acaban abriendo puertas a infinidad de personas, para que gocen de forma normal lo que ellos vivieron de forma extraordinaria. En una NBA en la que la mayoría de sus grandes estrellas son negras, hubo un día en que fue extraordinaria la presencia de un jugador de color -¿Os podéis imaginar una liga sin Lebron, Jordan, Magic, o Shaquille O’Neal? Ese día fue el 31 de octubre 1950. Earl Lloyd fue el primer negro en pisar el parquet de los gigantes. Tenía que aguantar los insultos de los aficionados -invitándolo a volver a África- y alojarse en hoteles distintos a los de sus compañeros blancos. Incluso en su etapa juvenil no pudo disputar competiciones con jugadores blancos. La superación de ese infranqueable muro, hasta que él lideró el paso, lo cambió todo pero a la vez no cambió nada: «Salí a la cancha y el mundo siguió girando».
¿Has sido pionero en algo? ¿O te ahogas nadando a contracorriente?
photo credit: contracorriente via photopin (license)
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