¿Tradicional o anticuado?

Las tradiciones se remontan a un momento cero. Es como un big bang que lo cambia todo, en el que algo se hace de forma original o diferente a como tradicionalmente devenían las cosas. Siempre hay alguna razón, que con el tiempo se eleva a la categoría de mística, para justificar el cambio. A partir de ahí llega el año uno, el dos y el tres… Y cuando pierdes la cuenta ni te acuerdas de cómo empezó todo; simplemente lo sigues repitiendo en aras de la tradición.
Así empecé yo, un 22 de diciembre, nuestra tradición del sorteo de Navidad. Sé que es algo horroroso, con esos bombos antediluvianos infinitos, con esos niños que parecen muñequitos de pastel, con esa cantinela que en Euros nunca llegará al nivel de las Pesetas… En la era de internet es como ver algo, como dice mi hija, «de los viejos tiempos». Así que pensé que como era el pistoletazo de salida de las fiestas de navidad, lo amenicé comprando chocolate con churros para mis padres, mi tío Marcos y para mí. El tema cuajó, fue corriendo como la pólvora entre la familia, y hemos llegado a ser más de veinte personas en casa tomando esa chocolatada prenavideña.
En Wimbledon, desde 1877, me ganan por goleada. Y llevan sus tradiciones al extremo. Empieza el torneo seis semanas antes del primer lunes de agosto, sin excepciones. Los jugadores deben olvidarse de colores estridentes y llamativos; han de ir de punta en blanco. Y los exclusivos asistentes al palco de autoridades tienen que llevar traje y corbata. Y da igual que seas Lewis Hamilton; si nos vas como mandan los cánones no entras. El juego es el mismo, con las tecnologías más avanzadas como cualquier otro Grand Slam, pero con todo lo que le rodea que lo hace único y antiguo.
¿Las tradiciones se deben mantener por ridículas que parezcan? ¿O hay cosas que no se pueden sostener si quieres avanzar y modernizarte?
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