¿Qué son realmente 100 kilómetros? (3×10)
He hecho dos veces la Matagalls-Montserrat (2014 y 2015). Más de 80 kilómetros, la mayoría de noche y con desniveles considerables -al menos para mí-, con un arreón final de aúpa (subida desde Monistrol). Así que se trataba de hacer unos 20 kilómetros más y listos. Pero visualizando la imagen de un hámster dando vueltas sin parar en una rueda, entendí que mentalmente iba a ser mucho más duro. Algo me decía que iba a ser una carrera más destructiva incluso para mi mente que no tanto para las piernas. Como un comecocos que se mueve, pantalla tras pantalla, como loco entre bolas y fantasmas, pero que no puede salir de la máquina recreativa…
Nada iba a ser diferente. Una especie de recta, sin desnivel y sinuosa, de 2,5 kilómetros, que me iba a perseguir a lo largo de 40 veces. El sol, los deportistas, los visitantes a los chiringuitos, los niños jugando en los parques… Todos iban a ir cambiando pero yo seguiría allí, corriendo. Sin ninguna cuesta ni ninguna bajada que lo hicieran diferente. Solo tierra plana, salpicada por charcos tras la lluvia del día anterior, una pequeña porción de asfalto, y un GPS que me indicaría que los kilómetros irían pasando, aunque yo no me hubiera ido de ese tramo infernal de 2,5 kilómetros. Moverse sin casi desplazarse… Tener que ir del punto A al B, por muy lejos que esté, te sitúa en una posición de trayecto, de movimiento. Pero tener que hacer la misma distancia sin moverte demasiado, viendo siempre lo mismo, te pone mucho más cerca de un aburrimiento soberano y de peligro de agotamiento mental.
Lo probé durante cuatro horas y funcionó, en un entrenamiento. Aunque la perspectiva de estar haciéndolo muchas más horas era más tenebrosa, más sangrienta, más oscura, más sórdida y más dolorosa…
¿Te inquieta la parte mental de tus retos? ¿O si técnicamente te sientes preparado, no importa tanto?
photo credit: It’s a lie, it’s just a cake via photopin (license)
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