• ivanferrer
• A 10/10/2018

Ser el mejor, el más rápido, el primero, ganar, triunfar, tener éxito, entrar en el selecto grupo de los elegidos que han hecho algo extraordinario. Ganar o perder, todo o nada, oro o mierda, cielo o infierno, euforia o desolación, 10 ó 0…

Si a este endiablado binomio le sumamos la falta de disfrute, un reto de riesgos ultracalculados y las prisas, convertimos el alpinismo en un fast-food en el que subes cagando leches con el mínimo esfuerzo para tener tu fotito en la cima. La batalla del puto Instagram contra la esencia de la aventura: un reto único, una relación íntima entre tú y la montaña que decides escalar.
Cuando ganar se convierte en el camino, la tortura y la prisa te esperan en cada esquina en forma de derrota. Y la angustia y la frustración es una sombra alargada que se te pega a la espalda como una mochila invisible llena de piedras demasiado pesadas y voluminosas…

Y haces gilipolleces como engañar al personal para marcarte una medalla. Los adultos nos hemos apuntado a la moda de ganar a toda costa. Esa filosofía traspira todas y cada una de las esferas de nuestra sociedad. Y bebiendo de esa fuente están nuestros hijos que, quieran o no, acaban empachándose de tanta sed de gloria. Llegados a este punto, tristemente, ya no te sorprende que te cambien el horario del partido del domingo (a pista entera), para jugar en sábado en unas dimensiones infinitamente reducidas (con la superficie de juego dividida en tres tercios). Y todo por la búsqueda de una victoria en una competición de niñas de 11 años; no hace falta decir nada más…

¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para ganar? ¿O crees más en la esencia del reto?

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