¿Eres capaz de convertir una situación vergonzosa en un recuerdo entrañable?
Mientras mi hija ha empezado la primera semana de entrenamientos de la temporada, sigo con mi puesta a punto después de dos años en el dique seco (entregado únicamente a las modalidades del sillonball y el balonmerienda). El Lunes tenia un -al menos para mí- exigente entreno con el plato fuerte de cuatro series a cuatro minutos y medio el kilómetro. Para empezar ya empecé escogiendo mal la indumentaria, con unas mallas de 3/4 con la cintura dada, así que nada más iniciar el entrenamiento me percaté que, a los pocos minutos, tenía los pantalones a medio culo, teniéndomelos que subir constantemente.
A este percance se le unió que aguanté el entrenamiento solo hasta la mitad. A veces pasa y hay que aceptar que, debido a que aquel día el cuerpo y/o la cabeza no responden o que no estás preparado para el reto propuesto, en entrenamiento acaba contigo. El resultado final es que acabé con ritmos por encima de los siete minutos el kilómetro, desfondado.
Pero de entre todo aquel desastre, me asaltó de la nada el recuerdo de mi abuela subiéndose la faja, durante las vacaciones de agosto en la casa familiar de Santa Bárbara. Alguna vez que la había pillado, le hacía cachondeo y la imitaba, ya que en verano a la pobre mujer le costaba más que de costumbre. Incluso hacía ruidos con la boca «ñigui, ñigui, ñigui», hasta que se partía de la risa y tenía que parar. Mientras me acordaba de esa escena íntima y entrañable me olvidé que iba roto por el Passeig dels Ferrocarrils Catalans de Cornellá mientras en las terrazas -a rebosar- todo el mundo apuraba los últimos días de verano…
¿Los recuerdos te rescatan de un ridículo? ¿O quedas atrapado sin remedio en las situaciones embarazosas?
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