¿Has intentado escapar de un agujero negro?
Nunca había visto tanta luz un viernes a las nueve de la noche. Esa desmesura energía emergía de la expresión facial de Oriol. Su sonrisa y sus mofletes infinitos eclipsaron, de golpe, todos los focos del pabellón: «Papá, me han convocado para jugar con los alevines». Tras entrenar con ellos toda la temporada, mi hijo tenía la oportunidad de disfrutar de una nueva experiencia en la fase de ascenso a la liga nacional.
Estaba entre nervioso y exultante. Gala, Lluís, Eloy y Álex (que encima tenía el extra bonus de jugar junto a su hermano mayor Pablo) le acompañaban en tan señalado evento. Fue un sábado en el que se le notaba un David entre Goliats, pero extremadamente orgulloso de compartir encuentro con todos ellos. Carlos, fiel a su libreta, no se cortó a la hora de confeccionar las líneas y sacar, al mismo tiempo, a los más pequeños.
En ese momento, el partido se convertía en un amenazante agujero negro que iba a por ellos para atraparlos sin piedad (el juego es más rápido, más físico y más preciso que a lo que están acostumbrados en su categoría benjamín). Y todos, luchando titánicamente contra ese campo gravitatorio bestial, desafiaban a los contrarios y a una pastilla que se movía endiablada por la pista.
Fue… toda una experiencia.
Imagen de Alexander Antropov en Pixabay
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