• ivanferrer
• A 16/10/2024

Soy hijo del fútbol de los 80, en los que Maradona ofrecía destellos de luz entre feroces patadas de los defensas rivales. Era un deporte mucho más tosco y duro que el actual, en el que los contrarios no se andaban con chiquitas y el listón de la amarilla estaba muy alto. En ese balompié del pasado, amarilleado y sepia para las nuevas generaciones, solo es conocido por los jóvenes a través de vídeos en Youtube.

En esos años, en el ya demolido Nou Camp, el día de partido se teñía de momentos de silencio y murmullo, combinados con explosiones de júbilo y altos decibelios. La previa era tranquila, viendo cómo los jugadores calentaban e iban subiendo de revoluciones hasta abandonar el césped. Llegaba entonces el momento en el que todo quedaba vacío, como un triste Coliseo esperando a sus gladiadores. Primero salía el equipo contrario, dando rienda suelta a todo tipos de comentarios (más o menos afortunados) y silbidos. Acto seguido el estruendo se apoderaba del estadio, con vítores acompañados de la banda sonora del himno del Barça de fondo, dando la bienvenida a los héroes locales. Y en la media parte llegaba la hora de la reflexión y el bocadillo, un vuelta a la calma transitoria para dar paso a 45 minutos extra de alientos, gritos, exabruptos y alabanzas a los diferentes lances del juego acontecidos.

Cuatro décadas más tarde, el espectáculo del fútbol vive inmerso en un constante horror vacui, con speakers en la previa y el medio tiempo, música, concursos, conciertos en la media parte, entrevistas… Parece como si fuera necesario mantener al personal siempre en el punto más alto, hiperestimulado y excitado.

Disfruté como un enano de la goleada del Barça al Espanyol en el Johan Cruyff con Oriol (¡¡¡muchas gracias Lluís por la invitación!!!), pero eché de menos esos momentos de pausa de los partidos de antaño que, como la vida, transitan con sus altibajos…

¿Te gusta el espectáculo total? ¿O prefieres el ritmo del fútbol de antes?

Imagen de AstralEmber en Pixabay