¿No arreglas las cosas hasta que estalla la tragedia?

Domingo perfecto de primavera para salir en bicicleta. Soleado pero sin un calor excesivo. Tenemos suerte de poder ir por caminos, en paralelo al río Llobregat, hasta llegar a El Prat. En 12 kilómetros planos te plantas en la playa, para poder hacer un picnic en la arena, castillos de arena con los niños o mojarse los pies (aunque ya había algún atrevido que se estaba bañando).
12 kilómetros de nada, que se convirtieron en una eternidad. Oriol, que hace casi un mes le hemos quitado el pañal, contribuyó con el clásico «tengo caca». Anna, a medio camino, se cayó al suelo. Paramos para hacer un control de daños -pequeñas rascadas en manos y piernas. Y cuando ya nos quedaban unos 3 kilómetros, aporté no mi granito de arena. Vaya, puse la montaña entera. Hace ya unos meses que mi bicicleta vintage -queda mejor que «vieja»-, no chuta. Mi flamante rayo amarillo (una bici Decathlon del año 2000), tenía el pedal izquierdo flojo. Llevaba una llave allen para irla apretando, a medida que se iba aflojando. Pero tanto apretarla, en mi último viaje, pasé la tuerca de rosca. El pedal se me cayó una vez y pude reponerlo. Estaba tan tocado que intuía que el viaje de vuelta iba a ser movidito; pero no hubo vuelta. El pedal volvió a descolgarse, con la rueda trasera pasé por encima de la tuerca caída y salió disparada hacia no sé donde… Después de buscar y no encontrar nada, alcancé a mi familia -al cabo de un rato- pedaleando con una sola pierna (aunque en alguna pequeña subida me bajaba). Para variar, mi mujer me llamó 5 veces sin respuesta y estaban parados esperándome.
El síndrome del pedal ya lo he sufrido infinidad de veces. Siempre tiendo a dejar para mañana algo que empieza a estar tocado pero no roto. Es lo que comúnmente se llama procastinar. Por esta regla de tres estuve meses llevando el reloj GPS en las carreras con unas bridas, porqué se me había roto el cierre. Y esa misma tendencia me hizo usar mi moto de 50cc (una Peugeot SV) como un caballo. Me acabé cargando el caballete y estuve una larga temporada apoyándola en farolas y árboles cuando aparcaba. Esa moto ha dado mucho de sí. En otra época se me fue rompiendo el soporte de la matrícula, hasta que acabó cayendo. Pude recuperarla, pero circulé varias semanas sin matrícula. Y la más estúpida y absurda… Empezó a hacer el tonto el freno trasero de la moto, hasta que desapareció. Solo le puse remedio la mañana siguiente a caerme al suelo, tras frenar en seco, en una tarde de lluvia.
La salida de 24 kilómetros, se quedó en la mitad. Me quedé con los niños en la playa mientras mi mujer volvía a casa. Volvió con el coche, cargamos las bicis y nos comimos un pollo a l’ast con patatas fritas de bolsa, a las cuatro de la tarde. La aventura acabó bien, con la típica comida de domingo…
¿Arreglas las cosas cuando empiezan a fallar? ¿O esperas a la tragedia para poner solución?
photo credit: Cuerda rota via photopin (license)
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