El último entrenamiento (parte II)
El domingo pasado por la mañana se levantó frío. Tanto, que decidí entrenar en manga larga. Ya empezaba a clarear. Solo me separaban 18 kilómetros de una semana que disfruto mucho, la de bajada total hasta el día de la carrera (consta de dos saliditas cortas andando y 15 minutos para trotar y estirar las piernas). Pero la diversión se me acabó pronto… Al kilómetro y medio tropecé con una piedra de esas que, incrustadas en el suelo, esperan agazapadas para darte un susto… Choqué con ella y, desde ese momento, todo se desarrolló a cámara lenta. Empecé a planear sin encontrar el equilibrio hasta que unos metros más tarde aterricé con las manos y las rodillas. Por suerte, mis extremidades evitaron que mi mentón impactara en suelo duro. Mi barbilla quedó a tan solo dos dedos del suelo.
Me incorporé y mentalmente, en silencio, me cagué en todo. Vaya manera de empezar la última semana… Tuve la necesidad de gritar. Total, estaba en medio de la montaña… Así que solté un “ostia puta” a los cuatro vientos; y al lío que me quedaban más de 16 kilómetros por delante… Y el resto de entrenamiento se me pasó de un plumazo. Y bien está lo que bien acaba… Cuatro minúsculas rascadas en manos y rodillas y una batallita más para contar; nada grave que me vaya a limitar de cara a la Matagalls-Montserrat…
¿Caes en el momento más inesperado? ¿Y cómo te levantas tras el batacazo?
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