Si me cambias me enfado
Las súperestrellas multimillonarias, que engrosan el circo del fútbol, en esencia son como niños. Su trabajo consiste en jugar a un deporte colectivo, se divierten con lo que hacen e intentan ganar. Y como buenos niños, quieren jugar siempre. Y ahí está el ingrato papel de papá entrenador, ese funambulista que tiene que lidiar con 25 egos para que todo el mundo esté contento, reine el buen ambiente y no se geste en la sombra un motín a bordo…
Y cuando no juegan, como buenos niños, se enfadan y protagonizan gestos regresivos que les llevan a su más tierna infancia (en los que la frustración y la rabia dan rienda suelta a gestos y escenitas vergonzosas; e incluso a veces mucho…). Y como consecuencia de ello llegan las normas estilo guardería. Antonio Conte, técnico de la Juventus, se ha puesto con ello. Ha anunciado medidas drásticas, saca el látigo a pasear.
Cambió a su estrella Pirlo y, como buen niño mimado, se fue del campo (sin quedarse en el banquillo con sus compañeros). Conte no va a tolerar más desplantes y ha comunicado que el próximo que vuelva a hacerlo estará un mes apartado del equipo y recibirá una multa. Vaya, que la letra con sangre entra…
Cuando se establecen medidas disciplinarias en un equipo de trabajo, ¿es necesario sancionar directamente cuando alguien se pasa de la raya? ¿O es mejor avisar que «hasta aquí hemos llegado»? ¿Influye en tomar una u otra decisión el hecho que el infractor sea la estrella de equipo?
photo credit: Isacar Marín via photopin cc
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