• ivanferrer
• A 04/10/2013

Llega un momento en el que el desarrollo biológico del niño se tuerce y se convierte en hombre y tonto (salvo honrosas excepciones). La adolescencia, esa etapa convulsa en la que la testosterona lo preside todo, convierte al pequeño en un aspirante a macho que intentará sobresalir, sacar a relucir su autenticidad ante los demás y a competir, ganar o sobresalir en lo que pueda. Y empiezan a pavonearse delante de las niñas, desplegando sus plumas. Y no soportan que las niñas -ese género y a la vez ese adjetivo despectivo dirigido hacia los más débiles- les ganen.

Y en el ambiente sobrehormonado que es el motociclismo navegan dos adolescentes, María y Ana. Saben que los demás pilotos las miran con recelo y extrañeza. Pero a ellas les da igual: son pilotos de motos y no entienden de chicos o chicas, solo de estrategia y gas a fondo. Este pasado fin de semana fueron noticia porqué desde 1994 dos pilotos femeninos no coincidían en una prueba del mundial.

Ellas no quieren ser una mera anécdota en un mundo tradicionalmente de hombres, quieren ganarse cada metro de asfalto como todos, con esfuerzo, tesón y muchas ganas. En el siglo de la ultracomunicación, la globalización y de la búsqueda de la igualdad, quieren triunfar en un deporte en el que se les valore por lo que hacen, no por lo que el capricho del destino quiso que fueran; niñas.

¿Tanto nos frena la fachada inicial para poner en duda las capacidades de un empleado? ¿Cuando dejaremos en las empresas de tratar diferente a las personas según su sexo y a presuponer una serie de habilidades? ¿Qué prejuicios hay detrás del «esto es solo para hombres»?¿Una mujer no puede ser dura y un hombre sensible?

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