Love, Dead & Robots
En ocasiones, en un lapso de tiempo muy reducido, todo te estalla en la cara para acabar confluyendo en un breve post:
Love. Oriol, que nunca se ha visto atraído por los deportes de pelota grande (juega al fútbol de portero, para no quedarse colgado cuando los momentos de ocio se encaminan, inexorablemente, hacia el deporte rey), pero se quiso apuntar al Torneo Escolar de Baloncesto Memorial Rafael Palomo, con sus compañeros de clase. La agenda familiar se lo imposibilitaba pero, en el último momento, hubo cambios y pudimos inscribirle.
Emocionado por compartir pista con David, Eric, Mateo o Érica, me preguntó: ¿Y cómo se juega al baloncesto? Aparte de descojonarme interiormente le contesté: «habla con tu hermana, es la experta en casa. Que te explique la regla de los pasos y los dobles y creo que con esto tendremos suficiente».
El domingo fue una fiesta, en la que cada canasta se celebró como un gol (Oriol metió dos), los árbitros actuaron, acertadamente, con manga enorme (de lo contrario no hubieran jugado más de tres segundos ininterrumpidos) y los niños se dedicaron a jugar, despojados de la estúpida vergüenza que te cohibe en público cuando no sabes desenvolverte con soltura en alguna tarea.
Dead. Dos días después de la positiva experiencia, 19 niños caen abatidos en su colegio por un chalado. Joder, qué surrealista y desgraciado que la vida tenga que acabar así.
Robots. Entre martes y miércoles devoré la tercera temporada de Love, Dead & Robots. Es de lo más desgarradora e inquietante, dando una vuelta de tuerca a la dos temporadas anteriores. Más oscura, tremendamente asfixiante y perturbadora, llega al clímax con Jíbaro, la más incalificable de las 9 piezas visuales.
De la alegría más exultante a la tristeza más profunda; y todo aderezado por una realidad intrusiva, repleta de robots y tecnología. Así es la vida…
Imagen de DONT SELL MY ARTWORK AS IS en Pixabay
Publicar un comentario