Correr en tiempos revueltos (parte 2)
Salir a correr no deja de ser una pequeña aventura. Y a medida que aumenta el kilometraje, mayor es la probabilidad de cruzarse con lo inesperado: perros que te dan sustos de muerte cuando pasas a su lado (lo odio, pero creo que huelen mi miedo); un cliente bebido en una terraza de un bar que te intenta hacer una zancadilla; un adoquín saliente que te catapulta al suelo antes de hacer el superman en el aire; retortijones que te traen por la calle de la amargura y hacen del entrenamiento un suplicio; trasnochadores que al salir de la discoteca se ponen a correr a tu lado, a gritarte y animarte como si fueran el Diablo del Tour.
Y como cualquier actividad en la que hay múltiples variables incontrolables, siempre acaba apareciendo algo nuevo, algo diferente. Algo con lo que nunca te has encontrado y que pone a prueba tu capacidad de actuación y reacción. Y durante la semana de reyes me visitaron dos situaciones inusuales en plena faena.
Iba andando con Anna, camino del punto de salida donde empezamos las minitiradas, cuando escuché un golpe y un rasgar de plástico sobre el asfalto. En una rotonda habían chocado un coche y una moto. Yo no vi nada, porqué iba hablando y mirando a mi hija. Fue en cuestión de dos minutos que lo había organizado todo. Dije a Anna que no se moviera de la acera, corrí para ver si el motorista estaba bien -me dijo que le dolía mucho la pierna-, aparté la moto del lugar del accidente donde no molestara, le quité las llaves del contacto y se las devolví a su dueño. Mientras él se lamentaba que había estrenado la moto el día anterior, llamé al 112 explicando el lugar del suceso y lo ocurrido y después hablé con la Guardia Urbana para que vinieran. Lo hice todo casi sin pensar, como si tuviera el protocolo de socorro interiorizado y memorizado. Me sentí bien…
Todo lo contrario que días más tarde de madrugada, mientras aún no había amanecido. Me encontré, en medio de la Carretera de Sants, estirado en el suelo, un sin techo. No sé si estaba dormido o aletargado por el alcohol. Pero estaba allí, tirado en medio de la calle, con un chaquetón y unos pantalones como únicos aislantes del suelo frío. Sin ninguna manta ni nada que le proporcionara abrigo. Como caído del cielo, tal vez cansado de deambular decidió estirarse allí, sin más. Y le miré… y seguí corriendo. No tuve ese impulso casi instintivo que me hizo saltar a la ayuda del motorista accidentado. Y sentí vergüenza por ello…
Voy en moto y me sentí identificado con el motorista que yacía en el suelo. Pero también soy persona -que por suerte lo tiene todo- y no hice nada por el que yacía en el suelo, sin ningún lugar dónde cobijarse ni dormir…
¿De qué te avergüenzas? ¿Ante qué situación no sabes qué hacer?
photo credit: Three Hobos and a Piss Pot via photopin (license)
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