Doblete de experiencias (vol. 1)
- ivanferrer
- A 23/05/2016
Una final en directo, consta de dos parte. La previa y el partido. La última parte es muy corta, muy intensa y sin vuelta atrás. Es momento de ejecutar todo lo planeado; hay que actuar. Ya no hay lugar para la excusa, el quejido o el lamento. Es como el capítulo 62 de Breaking Bad, el definitivo: explosivo, emotivo y con moraleja.
La previa, en cambio, es larga y eterna, como una interminable escena lenta de película china… Salíamos a las 6 de la mañana y hasta las 14 no llegábamos a Madrid. El personal se puso nervioso porqué salimos 30 minutos tarde, esperando a los rezagados y a los despistados. En la primera parada se tensó más la situación cuando el conductor llegó cinco minutos tarde y además se liaron en el recuento (les faltaba gente); así que la parada de media hora se convirtió casi en 50 minutos… Había gente recriminando a la encargada de la agencia de viajes de nuestro autocar por la falta de seriedad y de puntualidad.
Llegamos al final un poco más tarde de la hora prevista. Pero teniendo en cuenta que el partido empezaba «solo» siete horas más tarde, había horas de sobras para aburrirse. ¿Realmente importaba tanto cumplir a rajatabla el horario, cuando tenías tiempo suficiente para incluso morirte de asco después?
¿Los horarios hay que cumplirlos sin excepciones? ¿O no hay que dramatizar si hacemos esperar a los demás?
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