¿Sirven de algo las revistas?
Desde que empecé el 6 de septiembre mi etapa como docente de Lengua y Literatura Castellana en un centro de secundaria, me he encontrado con una realidad en las aulas en las que, salvo honrosas excepciones, impera la indulgencia con los alumnos y brillan por su ausencia la educación, el respeto, el espíritu de sacrificio y la responsabilidad de los menores. Los resultados del último informe PISA, en Cataluña, han venido a confirmar la apocalíptica realidad que ya se vislumbraba. Pantallas a todas horas y la inmediatez por bandera -aderezada con cucharadas soperas de móvil- han fraguado una realidad pobre y superficial en la que la lectura tiene un peso y una importancia paupérrima. Se trata de una regla de tres simple: cuanto menos lees, peor escribes y hablas, dispones de un vocabulario más pobre, triste y cojo y menos entiendes los textos a los que te enfrentas.
Ayer, Oriol fue a la biblioteca a rematar un trabajo de Roma con otros compañeros de clase. Yo he aprovechado para leer dos revistas en papel (Panenka, en castellano, y Fosbury, en catalán) que trabajan sus textos a fuego lento, lejos de la esquizofrenia de la exclusiva y de noticias excesivamente planas que los lectores -una minoría en claro proceso de extinción- e internautas engullen a la velocidad de la luz. Como mi abuela hacía cada Navidad con los canelones (picaba la carne, cocinaba la bechamel e incluso hacía el rollo de pasta de recubría la carne en una pequeña sartén, uno a uno), ambas revistas tratan de forma deliciosa, con precisión y cariño el lenguaje; una forma de expresarse que ha desaparecido en las redes. Explicando historias empleando el deporte como hilo conductor, pero profundizando en temas sociales, geopolíticos o económicos (como la campaña de Colo-Colo en los albores del golpe militar de Pinochet en Chile, la rocambolesca travesía del único norcoreano que ha marcado en la serie A italiana, un recorrido por la Guerra Fría a través de momentos deportivos álgidos o el blanqueo deportivo en la península arábiga).
Echo de menos esa calma, pausa y profundidad para ver la realidad, leer y entretenernos. Sí, de esta manera todo sería muchísimo más lento, pero nuestra torre de Pisa educativa no estaría tan torcida, cercana al punto de no retorno…
¿Están desfasados los medios impresos ante el vertiginoso ritmo de vida que llevamos?
Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay
Publicar un comentario