¿Si las gradas están vacías te inventas la afición?
Nunca pensé que hablaría de esto (volúmen 1). Se dio el primer mordisco al Campeonato del Mundo de Balonmano, que -casualmente- se celebra en Catar. El combinado anfitrión, que se llevó el partido inaugural por 28-23 ante Brasil, parece de todo menos Catarí (a las órdenes del gran Valero Rivera, en su plantilla hay dos montenegrinos, un bosnio, un cubano, un francés y el español Borja Vidal). Acepto que el deporte se ha rendido de forma rastrera al señor don dinero, sin importar su procedencia ni la sostenibilidad del modelo. Prueba de la esquizofrenia que vive el balonmano en algunos países, España defiende su medalla de oro en 2013 inmerso en una competición nacional que es una auténtica broma (antes de empezar el Barcelona ya ha ganado la liga).
Pero al margen del dinero y de decisiones políticas hay una cosa que diferencia al deporte sustancialmente de muchas otras actividades: la pasión de muchos de sus aficionados. El seguidor vive de forma intensa, emocionante y especial los grandes acontecimientos deportivos en directo. Yo he tenido la suerte de presenciar in situ las dos últimas Champions de Barça. Estar a pocos metros de Eric Abidal levantando la orejuda fue mágico. Pero para estratosférico, el ver ganar una copa al Barça en una tanda de penalties. Los penalties son una mezcla de suspense, sufrimiento, psicología, determinación, suerte, desgaste y épica. Gente en la grada llorando, girada para no ver los lanzamientos (tenía al lado una amiga de la familia, Maruja, a la que le fui cantando toda la tanda porqué no podía soportarlo), desgañitándose, moviéndose sin parar, animando. En la Copa del Rey de 1998 en Mestalla se nos paró el corazón cuando Stankovic falló el penalty que le daba la copa al Mallorca. Y estallamos de alegría cuando Hesp paró el lanzamiento definitivo. Y me fundí la noche que casi remontamos ante el Inter de Mourinho, en las semifinales de Copa de Europa. Estuvimos a un suspiro de pasar, pero lo pasamos en grande. A veces el aficionado se identifica tanto con su equipo que usa el plural inclusivo para hablar de esa curiosa comunión entre equipo y afición.
Tal vez entiendo la pasión en el deporte con un punto de irracionalidad (sin llegar a límites de violencia ni falta de respeto). Es por ello que me parece un insulto que se fiche a mercenarios para que animen a una selección que no tiene hinchada. Cuando escuché la noticia no me lo podía creer: comprar la hinchada con dinero no es deporte.
¿Si no tienes seguidores eres capaz de inventártelos? ¿O prefieres que la afición crezca poco a poco, pero sea fiel?
photo credit: Leonardo Dell’Aquila via photopin cc
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