¿Te va el rollo postapocalíptico?
Siempre he sido más de motos más que de coches. Por utilidad, más que por otra cosa. Y es que considero Barcelona un lujo para desplazarse sin tener que buscar aparcamiento. Los coches me estimulan un enorme cero pelotero. Me muero de la risa las pocas veces que he entrado con mi mujer a un concesionario y el comercial, muy avispado me empieza a exaltar las bonanzas del vehículo… Yo, aburrido, siempre le digo: “Tema de prestaciones, motorizaciones y extras habla con la experta en casa, mi mujer. En cuanto lleguemos al momento del color, me avisas”.
Del deporte me atraen los momentos críticos, en los que si la cagas se viene todo abajo y si lo haces bien, bajo una presión extrema, tocas la cima. En la F1 ese momento épico era en el que se mezclaba repostaje y cambio de neumáticos. Y cuando se cargaron la manguera, me destemplé de por vida…
Y ahora me está empezando a pasar lo mismo con las motos. La razón básicamente es que en Moto GP más que pilotos de alto rendimiento me empiezan a parecer, cada vez más, a una panda de killakos con espíritu poligonero que, en vez de batirse el cobre en naves industriales abandonadas, lo hacen en circuitos antes miles de personas. Porqué, en esencia, se asemejan demasiado. Ganar, aunque te tengas que llevar por delante a un par, a lo Mad Max…
¿Vas a saco aunque pueda llegar a correr sangre? ¿O hay líneas rojas que no merece la pena pasar aunque sea por una victoria?
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