¿Es tan grave?
Ayer fue un de eses momentos que no tienen ninguna trascendencia para la humanidad, pero que son de suma importancia para una niña de 11 años amante del deporte. Al llegar al entrenamiento, Anna se dio cuenta -con espanto extremo- que se había traído dos camisetas, así que le faltaba el pantalón. Le cambió el semblante repentinamente, derrotada, y se puso a llorar. Primero intentó que volviéramos a casa a buscarle otros (cosa que era materialmente imposible). Cuando se calmó un poco, mi mujer utilizó su mano izquierda para meterse con ella en el lavabo y convertir la parte inferior del chandal en unos improvisados pantalones cortos. Pero antes, para intentarle quitarle hierro al asunto, la hice reír.
Le recordé la tarde que íbamos los tres (Anna, Oriol y yo) a darnos un chapuzón después del casal de verano. Anna se fue a su vestuario, yo me quedé con el pequeño en el de hombres. Una vez tuve preparado al niño cogí mi toalla, zapatillas, gorro, gafas… ¿y el bañador? No me lo podía creer… No había marcha atrás. Si decía a los niños que nos teníamos que volver a casa porque me había dejado el bañador en casa hubiera ardido Troya… Me miré con cariño los boxers negros, con un fino ribete rojo, y decidí que me iban a salvar la papeleta. Entré en la piscina en plan Navy Seal, rápida y sigilosamente, vigilando que no mirara ningún socorrista. Por fin estaba a salvo dentro del agua y disfrutando con los peques, que era de lo que se trataba esa tarde.
La anécdota me sirvió para explicarle que todos nos equivocamos y que, si nos metemos la vergüenza en el bolsillo, acabamos consiguiendo lo que queremos; que en su caso era entrenar…
¿Te vienes abajo a las primeras de cambio? ¿O tiras imaginación para salir airoso?
photo credit: M. Martin Vicente la frasca de agua y el vaso via photopin (license)
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