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Deportes y Comunicación | March 28, 2024

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¿La realidad puede superar a la propia realidad?

¿La realidad puede superar a la propia realidad?
ivanferrer

Ahora que empiezan a simultanearse días fríos con otros en el que el sol ofrece grandes momentos en las terrazas de los paseos marítimos, en ocasiones envidio a la gente que disfruta del astro rey mientras come. Es uno de los puntos oscuros que tiene el salir a correr durante los mediodías. Pero el pasado jueves los menús pasaron a un segundo plano o plato (según el hambre que tengas), al ver lo que la realidad presentó ante mis ojos, en tres puntos diferentes de mi recorrido por Badalona y Montgat.

Unos 300 metros tras la estación de tren de Montgat y al lado de la autopista, existe un triángulo (a camino entre un jardín de hierbajos y el descampado), debajo justo de la C32. Y allí, entre césped silvestre urbano y tierra, había un hombre -gorra, guante izquierdo y palo de golf en mano-, practicando su juego corto; aluciné en tecnicolor. Al cabo de diez minutos, ya en Badalona, me quedé en shock ante un individuo que iba en una bici de carreras naranja, muy antigua, sin frenos ni sillín. Me mareé solo de pensar que un imprevisto podría hacer que la barra metálica bajo su culo acabara saliendo por la boca del ciclista. Y para finiquitar este alucinante triángulo de situaciones inesperadas, un adolescente, molesto con una paloma que revoloteaba a su alrededor, le envío un certero proyectil -en forma de lapo o escupitajo- para ahuyentarla. Todo ello en un lapso de escasa media hora.

Hoy he vuelto a salir a correr. Pensaba que el jueves había alcanzado el nivel máximo, pero la realidad de hoy ha superado, con nota, la de la semana pasada. En un aparcamiento (al lado de una gasolinera y un skatepark) había otro hombre, subido a un patinete impulsado por una pequeña ala delta verdinegra, dando vueltas a los coches aparcados, aprovechando las rachas de viento.

Y cuando aún no me había recuperado de esa campana de irrealidad, he vuelto a pasar por el improvisado hoyo de golf urbano y volvía a estar mi golfista, ataviado con gorra y guante. Ese punto está en una zona que uso como recorrido circular y he vuelto a pasar tres veces más. La segunda vuelta todo se ha magnificado, ya que el golfista ahora era maestro y le estaba enseñando a una discípula las artes de la posición y los golpes suaves en el descampado. Y a la siguiente, se simultaneaba la clase de golf personalizada con otro hombre y su perro. En ese momento he deseado que los deportistas fueran hábiles y supieran sortear el campo de minas que les estaba planteando el animal y su amo… Demasiada realidad para mí…

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