¿Recuperas la pasión perdida?
El fin de semana pasado me reconcilié, por fin, con el ciclismo. No recordaba tal poder de atracción desde que mi pasión por la bici quedó tocada de muerte tras una tormenta perfecta que la asoló bajo el nombre de “dopaje”. EPO, motores en los interiores del cuadro de la bicicleta… La vergüenza máxima, encarnada en un lamentable Lance Armstrong, acabó por borrar hasta siete títulos del palmarés de la ronda gala.
Los dos equipazos del momento, el Jumbo-Visma del danés Vingegaard ante el UAE Team Emirates del esloveno Pogacar. Un poderoso mano a mano entre los indiscutibles reyes de la segunda década del siglo XXI, copando todos los primeros puestos en el podio de los Campos Elíseos. Y siempre acompañados por una pléyade estelar de secundarios que, puerto a puerto, seleccionaban deforma despiadada al pelotón, que se deshacía a su paso como mantequilla ante el abrasador sol de julio. Y entre esa serpiente de pendientes imposibles, emergió un principiante disfrazado de valiente coloso, Carlos Rodríguez.
Pero antes de llegar a los momentos cumbre, en el sofá, a media tarde, el sueño también atacaba, y alguna que otra cabezada cayó. Y me acordé de esas sobremesas eternas en la calle Valencia, con Dani y su padre Cefe delante del televisor, atrapados e hipnotizados (hasta dormirme yo como un bebé, a veces) al son del movimiento de unos titanes que, pedalada a pedalada buscaban desesperadamente la huida de Creta como Ícaro, sin importarles las consecuencias…
¿Vuelves a tener interés por un deporte?
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