¿Rígido hasta la muerte?
Elena Congost hizo un gesto antirreglamentario, aunque profundamente humano, empático y deportivo (ayudó a su guía, que iba muy acalambrado, para que no cayera al suelo). Un lance instintivo durante el cual soltó, por un instante, la cuerda que les unía a falta de pocos metros para llegar a meta. Una acción que tuvo una incidencia nula en el devenir de la prueba y que no le aportó a la deportista ventaja competitiva alguna. Pero, lamentablemente, infringió el artículo 7.9.5 (que descalifica automáticamente al atleta que suelte la correa antes de acabar la carrera); y ese segundo lo aprovechó la cuarta clasificada -Misato Michisita- para interponer una queja y hacerse con el tercer y último puesto del cajón.
Injustificia, surrealismo, escándalo, han servido para definir tan trágico final. La guinda de este pastel envenenado, al quedar fuera de los tres puestos de honor, es que la deportista catalana pierde la beca, que le ayudaría a seguir encaramada en la élite y poder emplearse a fondo en el aspecto deportivo. Aunque parece que el Comité Paralímpico Español está decidido a ofrecerle apoyo económico, el mazazo deportivo y personal son de los que ponen a prueba a cualquier ser humano.
Unos dirán que la infracción fue mínima, que no tuvo incidencia en la prueba (Elena le llevaba tres minutos a su inmediata perseguidora) y que la causa por la que la cometió fue para enaltecer el bien. Otros comentarán que los reglamentos están para respetarlos y cumplirlos a rajatabla (y más si se trata de competiciones de élite y grandes acontecimientos), sin importar las circunstancias…
¿Vas con las normas hasta el final? ¿O siempre hay que tener en cuenta excepciones?
Imagen de Undine Damus-Holtmann en Pixabay
Publicar un comentario