¿Dónde está la línea roja?
El sábado pasado el equipo de Oriol jugó con el segundo equipo de Castellbisbal. La diferencia en la clasificación y en el campo, desde los primeros segundos, se antojó abismal y galáctica. Jujol combinó mucho y practicó sus automatismos colectivos, sin hacer sangre en el rival. En la segunda parte, mi cerebro zozobró. Nuestra entrenadora les pidió a los jugadores que lanzaran el disco bien lejos para, posteriormente, esperar al rival en su campo. Pero llegó un momento en el que, además, ordenó a los jugadores que no presionaran ni en campo propio, dejando un pasillo central como las aguas del Mar Rojo ante el ímpetu de Moisés.
Ahí mi cabeza pensaba que el juego visitante estaba transitando sobre una delgadísima línea roja en la que si caías al vacío pasabas de la deportividad y la condescendencia a la mala educación y la burla. Era como una sensación extraña en la que no acabas de saber si el respeto se demuestra mejor dando lo mejor de ti mismo o demostrando que puedes infinitamente más, pero que simplemente no quieres. Al acabar el partido, nuestro delegado nos confirmó que el equipo contrario nos había felicitado la actitud de los jugadores en el campo, por dejarles jugar.
Para mí tuvo ese final un doble valor, ya que Castellbisbal, con sus equipos más potentes, juega a todo lo contrario: si te puede destruir, además de vencerte y meterte 25 goles en vez de 20, mejor que mejor.
Los valores se deben llevar hasta el final, cueste lo que cueste y sin importar el oponente…
¿Dónde está la línea que separa la deportividad de la burla?
Imagen de Frits de Jong en Pixabay
Publicar un comentario