Juntos pero desconectados (crónica de un Ironman por relevos; capítulo 1 de 3)
La meca, la esencia del triatlón de larga distancia, se vive y se sufre en un Ironman (3,8 km nadando, 180 km en bici y 42,2 corriendo). Es un espectáculo antropológico presidido por los extremos. Deportistas buscando y sobrepasando sus límites físicos y mentales y un público entregado al esfuerzo de los triatletas. Choca la pasión latina con la que anima la «gelida» hinchada de los países escandinavos, tan sosos y aburridos en nuestros prejuicios.
En la maratón llega el momento de la verdad, en el que corredores y público se unen, empujando juntos hacia la meta. Se suceden escenas sobrecogedoras y emotivas como la de una chica extranjera que, desbordada por el desgaste y la emoción, se funde en un abrazo eterno con su hermana llorando como una niña pequeña. Pero ella ha venido a Calella para alcanzar el kilómetro 226 y cruzar el arco de meta, y continua tras ese parón explosivo y reconfortante a la vez.
Yo tuve la suerte de participar en este evento en la modalidad de relevos, con fines solidarios. Nadé los 3,8 KM en 1:40 y le pasé el chip a Robert, nuestro ciclista. Ya solo me quedaba animarle a él y después a Alex, el corredor del equipo, y entrar los tres juntos a la línea de llegada… Pero no hubo aplausos, ni multitudes, ni risas, ni emoción… solo existió la soledad de Alex esperando un relevo que no llegó. Un pinchazo y un desgraciado cambio de cámara en el que se volvió a romper la goma de recambio, a tan solo 8 kilómetros del relevo, lo llevó todo al traste.
Tras la decepción del trío (sobretodo del corredor que se preparó una maratón que nunca corrió), me asaltó un pensamiento al cabo de unas horas… En ningún momento nos reunimos para tener una charla previa acerca de la competición: podríamos haber intercambiado opiniones, miedos, ilusiones, consejos, avanzar situaciones imprevistas… No hubo comunicación; incluso ni tenemos una foto juntos del equipo. Era la primera vez que estaba involucrado en una carrera por relevos y, bajo mi perspectiva, cometimos un error de principiante: no compartimos, no actuamos como un equipo. Fuimos tres deportistas que secuencialmente íbamos a hacer una carrera unida por tres segmentos. Y eso me acabó doliendo más que mi maldito primer DNF (do not finish) en una carrera.
¿Cuántas veces en trabajos en equipo hemos restado en vez de sumar? ¿Es más eficiente en proyectos complejos delimitar bien las responsabilidades y establecer solo reuniones de control y seguimiento? ¿O puede aportar más al resultado final ir construyendo equipo y que los integrantes puedan colaborar en áreas que no son las suyas propiamente dichas?
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