Un mes sin deporte (primera parte)
Ya estamos en la quinta semana de confinamiento. Los días van pasando, sin prisa pero sin pausa. Las semanas van cayendo una tras otra y sigo sin plantearme demasiado qué va a pasar cuando salgamos. Por suerte sigo teletrabajando y en casa todos estamos bien (y mi familia está a salvo, en sus respectivas viviendas). Sigo soñando un montón, pero al despertarme no me acuerdo de nada. Creo que somos más duros y flexibles de lo que nos pensamos. También considero que este confinamiento hace 40 años -sin internet, ni móviles, y con solo tres canales de TV- hubiera sido bastante más tostonazo.
Mi hijo, con sus argumentos de niño de seis años, me divierte y me hace pensar mucho. Es sorprendente lo que llegan a simplificar la realidad para explicar su mundo. Todo vino porque le pregunté a Oriol si jugaba con Gala en el colegio. Me dijo serio que ella, aunque es compañera de clase, es amiga suya del hockey. Todo trascendente se me quedó mirando y me soltó: «¿Tú sabes papá? Es que yo tengo tres vidas. La del colegio, la del hockey… y la familia».
El coronavirus ha reducido mi realidad física a 65 metros cuadrados. Pero la terraza y el ventanal del comedor (desde el que puedo ver la montaña de Montserrat) son un verdadero desahogo. Y mientras el mundo virtual echa humo, me pregunto cuántas vidas querré tener en la calle…
¿Cuántas vidas tienes?
photo credit: Escaparrac Street Barcelona via photopin (license)
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